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22/10/2024

Escribir el encierro: la intimidad de un taller de escritura creativa en un neuropsiquiátrico y las historias de “las olvidadas”

Fuente: telam

Cada quince días, Susi pregunta lo mismo: “Ustedes son del taller de escritura, ¿no?”. No importa que ya se cumplieran cuatro meses de la primera clase en el Instituto Neuropsiquiátrico Braulio A. Moyano y de la inauguración de la biblioteca “El despertar”. Un relato entrañable de la actividad que conducen dos docentes y que lleva la firma del Cuaderno Azul

>Es martes, son las tres y media de la tarde. Nos encontramos con Lala en la puerta del Hospital Moyano. Estamos cargadas; tenemos una bolsa con dos gaseosas grandes y ocho budines, además de varias cajas con libros. Recibimos muchas donaciones para armar una biblioteca que también nos donaron.

Nos acomodamos en el comedor, un salón enorme con paredes blancas, cartulinas pegadas, un cartel que reza “Bienvenida primavera”, un par de ventiladores de techo que remueven el aire caldeado, palomas que merodean, ventanas con rejas y un televisor encendido siempre a todo volumen.

Caminamos por los pasillos largos y anchos. Golpeamos la puerta de las habitaciones y entramos. Cada habitación tiene cuatro camas y cada cama tiene alrededor todas las pertenencias de cada una de ellas, apiladas y amontonadas. Las despertamos y les decimos si quieren sumarse al taller. Algunas nos dicen que no, que se sienten mal, que están cansadas, que no tienen ganas. Otras se levantan y se van sumando. Una de ellas, Elena, se acerca con su andador. “¿Cómo andan chicas?, ¡Qué hermoso verlas!”. Juntamos las mesas esparcidas por el comedor, traemos sillas desparramadas por todo el lugar, y se van sentando.

Abrimos las gaseosas y les servimos. Una de las primeras veces que fuimos nos dijeron si podíamos llevar de naranja y de pomelo, para que no sea todo tan dulce.

Sacamos los budines y los cortamos con unos cuchillos de plástico que conseguimos por ahí. Ellas empiezan a comer y los elogian, dicen que son riquísimos, bien caseros. Comen con voracidad. Les contamos que los cocinó una chica especialmente para ellas, que los donó como parte de la colecta que estamos haciendo. Algunas se acercan y se sientan a comer, pero no participan del taller.

Les hablamos de las donaciones que recibimos para la biblioteca. Les preguntamos si leen, si les gusta leer. Unas pocas nos dicen que sí, pero varias nos cuentan que no pueden leer porque no tienen anteojos de ver o porque no pueden concentrarse por la medicación que toman. Les decimos que vamos a hacer una colecta para conseguirles anteojos, pero que tienen que ir al oculista antes.

Una vez que están todos los papelitos en la bolsa, mezclamos, sacudimos y sacamos uno. Leemos. “Biblioteca El Despertar”. “¡El mío!”, grita Elena, “¡qué emoción!”.

Ese día, damos por inaugurada la Biblioteca El Despertar del Servicio San Juan del Hospital Braulio A. Moyano.

Rosa va hasta el cuarto y nos trae un regalo, El Libro de Mormón. “Para ustedes, que les gustan los libros, este es la biblia de mi religión”, y nos cuenta que pasa mucho tiempo en la iglesia que está adentro del hospital, “para rezar, pedir pero también para agradecer que estamos vivas”.

Mientras tanto, Carmen dibuja flores y escribe sobre el tallo y los pétalos. Apenas termina, nos pide leer. Pero Carmen no lee; Carmen recita y canta, una mezcla de tango con bolero. Termina y hace una reverencia para recibir los aplausos. Cuando volvemos a poner cumbia, la saca a bailar a Lala.

En un momento, una voz masculina interrumpe. “¡A tomar la merienda!”, grita un enfermero. La merienda consiste en un té con leche aguado con unos panes adentro de un chango de supermercado. Varias prefieren seguir con los budines.

Para cerrar el encuentro, les damos una última consigna, con una frase disparadora: “Soy libre de…” Rosa escribe y nos lee: “Soy libre de correr hacia donde quiera. Ser libre está en uno, en el interior de uno mismo, aunque estés en un hospital o en la cárcel siendo inocente. Como Mahoma, que estuvo veinte años preso en la India y rezaba. Él era pacifico. Así debemos ser todos: pacíficos en este mundo cruel”. Aplaudimos y terminan de leer todas, siempre textos muy breves, de no más de tres o cuatro oraciones.

Después ordenamos todo y les dejamos tarea: que agarren un libro de la biblioteca, lean lo que puedan, elijan una frase que les guste y la anoten en sus cuadernos para usarla la clase que viene. Susi se levanta, agarra un libro y anota. “Así ya hago la tarea y no me olvido”, dice. Después se sienta en el pasillo, mirando a las escaleras, en la misma posición que cuando llegamos.

“¿Van a volver? ¿Van a seguir viniendo o van a dejar de venir en algún momento?”, pregunta Luciana antes de que nos vayamos.

* Los nombres fueron cambiados para respetar la privacidad de las mujeres. Las autoras son las docentes de “el Cuaderno Azul” (@elcuaderno.azul), un taller de escritura creativa que funciona hace diez años y tiene sedes en la Ciudad de Buenos Aires, Rosario, La Plata y Montevideo. Recientemente se asoció con La Huella Empresa Social (@la_huella_empresa_social), una asociación de inclusión social y laboral para personas en situación de internación del Hospital Borda. Están recaudando fondos para poder sostener el taller y comprar cosas que se necesitan.

Banco Credicoop de La Huella - Empresa Social

CBU: 1910006355000603159750

Fuente: telam

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