01/11/2024
La mansión de los secretos: Steve Bannon y su obsesión por el oscuro poder de Jeffrey Epstein

Fuente: telam
El multimillonario pudo haber exagerado sus conexiones con el mundo del espionaje internacional, pero los cuentos fueron suficientes para arrastrar a uno de los principales asesores de Donald Trump
>Jeffrey Epstein solía jactarse de su influencia en las altas esferas políticas como quien presume una pieza de arte robada, con un aire de secreto compartido. “Trump estuvo aquí esta mañana. Hillary vino a almorzar”, les decía a los pocos que se atrevían a escuchar detrás de esas puertas de roble que guardaban los pecados del mundo. Pero, como casi todo en la vida de Epstein, las palabras se deslizaban entre la verdad y la invención. Era 2016, y las elecciones presidenciales se acercaban. Las paredes de su mansión en el Upper East Side de Manhattan parecían saber más de lo que revelaban.
Pero, ¿qué buscaba Bannon? A pesar de que su conexión con Epstein podría haber arruinado su reputación ya manchada, parece que había algo más. “Quería usarlo o superarlo”, apunta Charles Johnson, un conservador y antiguo colaborador de Breitbart. Johnson afirma que Bannon no era simplemente un visitante casual; veía a Epstein como un rival poderoso en el submundo de la información secreta. “Epstein tenía acceso a lo que Bannon anhelaba: redes de inteligencia, secretos internacionales”, explica a Rolling Stone.
Y es que Epstein había tejido una telaraña de conexiones imposibles de desenredar: Bill Clinton voló en su jet privado, Donald Trump lo calificó alguna vez como “un tipo magnífico”, y hasta figuras como Ehud Barak y Leon Black frecuentaron sus fastuosas veladas en Manhattan. Las reuniones eran privadas, los secretos tan oscuros como las sombras de las lámparas antiguas en su salón.
La casa de Jeffrey Epstein era una encrucijada de poder, donde las élites globales se cruzaban sin testigos y las historias siempre terminaban en susurros. Las visitas de Leon Black, el magnate de Wall Street que pagó a Epstein USD 158 millones en “asesorías”, se mezclaban con las de Ehud Barak, el ex primer ministro israelí que evitaba hablar del tema cada vez que los periodistas le preguntaban. Pero el desfile no se detuvo ahí. Incluso después de que Epstein se convirtiera en un delincuente sexual registrado, su mansión seguía siendo un imán para los ricos y los poderosos.
Un retrato del príncipe saudí Mohammed bin Salman colgaba en su sala, como un tótem que recordaba las relaciones de Epstein con el reino del desierto. Un ex asociado de Epstein reveló que Arabia Saudita era uno de los pocos lugares a los que él viajaba solo, un hecho extraordinario si se considera el estricto control que el país mantiene sobre los visitantes, especialmente las mujeres no acompañadas. “Decía que los saudíes estaban dispuestos a pagarle por sus servicios”, recuerda el informante, aunque las explicaciones de Epstein eran vagas, casi estratégicamente borrosas. Era una danza de secretos, donde cada palabra podía tener mil interpretaciones.Y en medio de esta red de conexiones peligrosas, se teje una historia más inquietante: las supuestas actividades de espionaje de Epstein. Durante décadas, periodistas y testigos hablaron de su habilidad para reunir material comprometedor. En la década de 1980, Epstein habría trabajado para varias agencias, un vínculo sellado a través de su relación con Robert Maxwell, el enigmático editor británico acusado de ser un espía israelí. Su hija, Ghislaine Maxwell, se volvió inseparable de Epstein, y no solo en lo personal. Las investigaciones sugieren que Epstein recolectaba información, material sensible, sobre personajes clave, todo para mantener su poder intocable.Steve Bannon, inmerso ya en un universo de intrigas, no fue inmune a esta fascinación por la inteligencia. Las reuniones entre Bannon y Epstein iban más allá del simple cotilleo. Los relatos de sus encuentros están impregnados de insinuaciones, como si ambos compartieran el mismo lenguaje de agentes secretos. Según dijeron a Rolling Stone antiguos operativos y conocidos de Bannon, el estratega de Trump insinuaba que Epstein tenía acceso a redes de inteligencia y material clasificado. “Bannon estaba obsesionado”, afirma uno de esos contactos.
Steve Bannon, el hombre que alguna vez manejó la maquinaria de campaña de Donald Trump, conocía el valor de la información mejor que casi nadie. En el entorno volátil de las estrategias políticas y los juegos de poder, ser el que tiene las cartas escondidas siempre vale más. Y eso era exactamente lo que le fascinaba de Jeffrey Epstein, un maestro en el arte de la manipulación. “Bannon estaba interesado en lo que Epstein podía ofrecerle”, dice Charles Johnson, un provocador conservador que trabajó junto a Bannon en Breitbart News. Según Johnson, el antiguo estratega de Trump veía a Epstein como algo más que un personaje tóxico: lo veía como una fuente de poder. “Pensaba en reemplazarlo, en quedarse con su red de contactos”, afirma.
Pero, ¿por qué arriesgar tanto, incluso su ya frágil reputación, asociándose con un delincuente sexual convicto? Bannon siempre se movía en círculos donde el acceso a información secreta era moneda de cambio. Durante sus visitas a la mansión de Epstein, buscaba algo más que una simple charla: quería acceso a las redes de inteligencia global que Epstein se jactaba de tener bajo su control. Era un juego de alta apuesta. En una conversación con uno de sus antiguos empleados, Bannon incluso sugirió que Epstein estaba involucrado en la caída de la moneda turca. “Siempre insinuaba que seguía conectado con la CIA”, recuerda ese ex colaborador, aunque lo calificó de “una completa tontería”.Epstein, por su parte, nunca dejó de explotar su mito de agente secreto. Mencionaba contactos en Arabia Saudita, en Israel, en Estados Unidos, y lo hacía con una mezcla de arrogancia y misterio. Sus antiguos asociados todavía hablan de cómo utilizaba esa supuesta red de inteligencia para atraer y manipular a personas como Bannon. En una reunión registrada por el periodista Michael Wolff en su libro Too Famous, Epstein y Bannon discutían las excentricidades de Trump, asombrándose mutuamente por lo que cada uno sabía. Era una relación en la que ambos buscaban usar al otro, en un intercambio constante de favores y promesas.Al final, todo regresa a la oscuridad en la que Epstein se movía y al impacto devastador de sus relaciones con los poderosos. Las fotos de Bill Gates y el Príncipe Andrew mancharon sus legados, como evidencia de un pasado que no pudieron borrar. Epstein parecía tener un talento único para arrastrar a la élite global hacia su propia caída. A medida que sus secretos se desmoronaron, las personas que alguna vez se codearon con él pagaron un precio: algunos, como el fundador de Microsoft, enfrentaron cuestionamientos públicos que impactaron incluso en su vida privada.
Fuente: telam